Este lema ya emblemático podría sonar a las nuevas generaciones como un lema más, pero no lo es.
Es un recordatorio de una de las masacres más arteras de la historia contemporánea de México, cuando se supone que el País tenía un ejemplo de democracia y estábamos bien posicionados en un ámbito internacional.
Los ojos del mundo estaban puestos en nosotros porque estaba por celebrarse las Olimpiadas de 1968, justamente en octubre, a donde serían recibidos cientos de atletas de todo el orbe en varias categorías.
Cómo olvidar a la checa Vera Caslavska y a la rusa Natalya Kuchinskaya, tal vez las dos atletas en la disciplina de Gimnasia que se robaron el corazón de México.
Y justamente la masacre se dio, unos días antes de este acontecimiento deportivo que se supone es un acto mundial que celebra la cooperación y la paz mundial a través de la competencia que significa el esfuerzo por la superación y los principios éticos universales.
México estaba preparado para esta gran fiesta, pero no para las crueles acciones que atentaron contra cientos de jóvenes, mujeres y hombres.
Jóvenes que tenían un futuro, que los esperaban en casa y nunca llegaron porque además sus cuerpos los desaparecieron, unos dicen que fueron quemados, otros que fueron tirados en el mar. De no ser por las fotos y videos que tomaron periodistas nacionales e internacionales, así como personas comunes que dejaron ese testimonio, no se sabría de la manera en que sucedió, de los rostros ensangrentados, de los cuerpos mutilados.
En los hogares, en las calles, en las aulas se hablaba de ello, pero las noticias eran confusas, con notas amordazadas. Había opiniones que de manera superficial tachaban a los estudiantes de revoltosos y que hasta se lo merecían, todo con tal de mantener “la Paz y el orden”. Por supuesto estaban las voces justas que hablaban de lo terrible que sucedía y de lo que estaba por venir.
Este era un movimiento que no estaba aislado del mundo. En esos momentos los países dejaban de ser aldeas para irse convirtiendo en un mundo interconectado, los pininos de lo que es ahora.
En Francia, ese mismo año durante mayo y junio se dio un movimiento estudiantil conocido como el Mayo francés, que proclaman hasta el día de hoy, el rechazo al autoritarismo, a las atrocidades del imperialismo y el capitalismo uniéndose grupos de obreros, sindicatos y partidos de izquierda y lo que dio paso a una de las mayores huelgas de la historia de Europa occidental con más de 9 millones de trabajadores.
Aunque eran consignas diferentes la de los estudiantes con la de los obreros, unieron sus fuerzas y sus puntos coincidentes para hacer la mayor revuelta temida por el gobierno francés, pero temida también por el mundo porque cuando un movimiento tan fuerte se levanta, hace olas y trasciende fronteras. Tal como sucedió en ese fatídico ´68 en México.
Recordemos también que los acontecimientos culturales de esa época tuvieron mucho que ver con este despertar de consciencias. Estaba la contracultura de los años 60’s en la música, en el arte, en la filosofía y el movimiento hippie que impulsó estos movimientos socio-políticos
México, del otro lado del mundo y siendo apenas un país en construcción de sus méritos, entendió a través de los más jóvenes que debía haber un cambio y se sumó. Nadie imaginaba el desenlace.
Recuerdo que, en alguno de los aniversarios del 2 de octubre, tomé un taxi y tenía que atravesar la Avenida Reforma, emblemática en la Ciudad de México. Tardamos mucho en cruzarla porque estaba la marcha que se realiza anualmente recordando la masacre y las consignas. Veía los rostros de cientos de jóvenes y adultos. Algunos hasta llevaban a sus niños pequeños. Todos convencidos, unos gritaban, otros marchaban solidarios en silencio.
El taxista era un joven muy amable y hacíamos comentarios sobre el suceso. Él muy discreto y contenido en sus comentarios, pero muy preciso.
Toda vez que pudimos pasar la avenida después de casi una hora, le pregunté porqué tenía tanta seguridad en lo que decía y comenzó a explayarse más.
Durante el resto del trayecto ya no fueron opiniones sobre política, sino vivencias.
Yo permanecí en silencio mientras que él, a manera de confesión, me fue contando que él estuvo en la Plaza de las Tres Culturas ese día, que iba con su grupo de estudiantes universitarios y con su novia.
Dijo que se sentía una gran energía, una sensación de que estaban haciendo lo correcto.
En algún momento, sin saber muy bien ni como, inició una corredera de estudiantes hacia todos lados por una provocación de los soldados. Él tomó la mano de su novia y se dio media vuelta para correr, pero sintió que no podía jalarla. Pensó que se había atorado, así que volteó y la vio en el suelo con el echo ensangrentado y a su lado a un soldado que a punta de bayoneta le había cortado los senos.
El terror se apoderó de él. Hizo una última mirada a los ojos de su novia y soltó su mano. Corrió y corrió entre jóvenes ensangrentados y pudo refugiarse en una vecindad gracias a una señora que lo jaló del brazo y cerró la puerta. Ahí estuvo hasta el día siguiente.
Me contó que todo pasó tan rápido. Que lo único que recordaba era la mirada al vacío de su novia, soltarle la mano y dejarla ahí, sin saber qué pasó con ella, sin darle una sepultura.
También me dijo que él era taxista y no tenía profesión, porque le desaparecieron sus papeles académicos, desde la primaria. Era como si nunca hubiera ido a la escuela. Me dijo con voz entrecortada que su destino lo marcó el gobierno.
Todo esto me lo contó mientras seguíamos nuestro trayecto.
Al llegar a mi destino el joven taxista puso sus manos sobre su cabeza y se recargó en el volante llorando inconsolable. Yo no sabía qué hacer y también lloraba. Nada de lo que había leído sobre el ’68 se asemejaba a esta vivencia de un desconocido que, hasta ese punto para mí, ya no lo era, aunque nunca supe su nombre.
Guardo este recuerdo y en nombre de él, de su novia, de quienes se fueron ese día y de las consignas de un mundo mejor, honro su memoria.
2 de octubre, no se olvida.